Alberto Suárez Inda, en su despacho de Morelia |
Donec aliter provideatur —hasta que se disponga otra cosa—. El 4 de enero pasado a las cinco de la mañana estaba durmiendo en su pueblito de retiro cuando lo llamó un sacerdote amigo. “El Papa te ha nombrado cardenal”. Suárez Inda, 75 años a cuestas, le dijo que estaba soñando, o que tal vez estuviera teniendo visiones. Pero al rato recibió la llamada oficial que le confirmó que no se iba a jubilar, sino todo lo contrario. “No tienes la oportunidad de decir sí o no”, explicaba el jueves en su despacho en Morelia. “Simplemente, cae como una losa sobre ti”. El día que se anunciaron los 15 nuevos cardenales, el portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, explicitó la razón de que se haya elegido al arzobispo de Morelia: “Es una región golpeada por la violencia”.
Suárez Inda será el mediador de Francisco en el conflicto mexicano. Su Estado, Michoacán, donde surgieron en 2013 las autodefensas civiles contra los abusos del narco, es uno de los focos rojos del país, y junto al Estado de Guerrero, en el que ocurrió la matanza de Iguala, conforma en el sur una región prioritaria para las estrategias de seguridad. El 14 de febrero estará en el Vaticano para su nombramiento. Le apetece ir a orar a las catacumbas de San Calixto, “donde fueron sepultados los primeros cristianos”. Cuenta que el rincón romano favorito del papa Francisco es la iglesia de San Luis de los Franceses, a la que siempre ha ido a contemplar La vocación de San Mateo, el cuadro de Caravaggio del que sacó el lema de su escudo episcopal: Miserando atque eligendo —lo miró con misericordia y lo eligió—. Un par de horas después de la entrevista en su despacho, monseñor Suárez Inda se pone con calma los ropones para oficiar una misa en una iglesia de un barrio popular y habla de cómo tendrá que vestir de cardenal: “Todo rojo. Dirán que soy comunista, pero es el rojo del martirio, del que está dispuesto a derramar la sangre”. “Para ayudar al Papa”, interviene un sacerdote. Él responde: “Para lo que él pida. Y lo que uno pueda hacer”. Suárez Inda no forma parte del sector de la iglesia mexicana más cercano al Gobierno federal del PRI. Se le considera más cercano al Partido Acción Nacional (PAN, de centroderecha católica, al que pertenecía el expresidente Felipe Calderón) con el que un hermano suyo ha sido alcalde de la ciudad de Celaya. Asentado en el meollo de la violencia, autónomo del Ejecutivo y con el respaldo directo del Papa, el arzobispo que se quería jubilar asoma ahora como una figura clave de intermediación en el pandemonio mexicano. En el último mes ha habido dos episodios sangrientos en Michoacán: 11 muertos a mediados de diciembre en un enfrentamiento entre facciones de autodefensas (legalizadas en 2014 como fuerzas rurales) y el 6 de enero otros nueve en una noche de choques entre fuerzas federales y una supuesta banda criminal. En 2014 —datos oficiales hasta octubre—, en el Estado se registraron 981 asesinatos. En todo 2013, 916. El conflicto no cesa. En su despacho, vestido de negro con una bufanda y una cruz plateada sobre el pecho, Alberto Suárez Inda habla de cómo la violencia afecta a los sacerdotes. Sin ir más lejos, en diciembre un cura apareció con un tiro en la cabeza en el límite entre Guerrero y Michoacán. El arzobispo ofrece los datos de su Estado: cinco sacerdotes asesinados en los últimos 15 años, todos en el municipio de Apatzingán, epicentro de la guerra entre autodefensas y mafias. “Alguno fue por confusión; otro porque se quejó de que habían sembrado droga en sus tierras; otro porque le aconsejó a la esposa de un criminal que dejase a su marido”. Suárez Inda describe una región en la que “todo el mundo tiene armas de alto calibre, mayor incluso que el de los militares”, donde no es infrecuente que en plena capital, Morelia, entren a robar en los templos: “Te ponen una pistola en la sien y te dicen: ‘Me llevo la computadora y el cáliz”". “No se me escape todavía”, le dijo el Papa. Suárez Inda calibra el peso de la losa que le ha tocado cargar y concluye: “Es una travesura de Francisco”.
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